10.5.07


Yo también pagué mi entrada


“Noche Brit-Pop” dice el flyer de la discoteca Blondie que llegó a mis manos, que invita a los fanáticos de The Smith, Depeche Mode, The Cure, Pulp, Blur, Bjork y otros más que no recuerdo. Además un “gran especial” de Morrissey en la pista central. Tal situación me hizo recordar que tú amabas a éste cantante británico, quizás tanto más o igual que yo.

Morrissey quien abandonó el grupo de The Smith, gustaba vestir con chaqueta de cuero ajustada, jeans desteñidos y una pulsera de cuero negra en su brazo derecho. Nosotros colegiales del Liceo Miguel Luis Amunategui de Santiago centro, ese viernes después de clases, trabajamos todo el día acompañados de buena música británica y un enguindado que le saqué a mi tía esa mañana. Limpiamos los vidrios de la casona de tu abuela en el barrio República, con el propósito de que nos pagara mil pesos y así poder comprar los cigarrillos Life, los chicles y la cerveza que nos tomamos antes de ir al especial de Morrissey que había esa noche en la disco.

La música británica siempre nos gustó y todo lo que pasaba en ese país, es por eso que aún siento el dolor de cabeza por las cervezas que tomamos ayer celebrando el cumpleaños 94 de la Reina madre, hicimos un centenar de salud diciendo: “Usted es muy especial”, tal como lo hicieron los ingleses, con un enorme globo de helio en forma de corazón ubicado frente al Palacio Buckingham, con la frase con la cual nosotros brindábamos.

Sentados en las escaleras que sostenía el ventanal, yo con un baso de enguindado en la mano y tú con un cigarrillo. Discutimos sobre varios temas. Dejamos claro esa tarde que saliendo de clases en diciembre nos iríamos mochiliando al sur a la casa de mis abuelos, también contendemos entre llevar puestos los bototos o las zapatillas esa noche.

Lo que nos hizo subir la temperatura fue hablar de lo que se comentaba en la prensa. En todos lados aparecía la solicitud del desafuero del comandante y jefe del Ejército, Augusto Pinochet, por sus declaraciones a la cadena internacional de noticias CNN, en las cuales expresó que: “De los doce millones de habitantes en Chile, dos mil desaparecidos no son nada”. “Parece que nunca entendiste que él no tuvo nada que ver con esa matanza”, dijo uno de nosotros. Mientras que por el pasillo pasaba tu abuela regañándonos por los gritos de nuestra conversación que no la dejaban escuchar el tercer capítulo de su teleserie Rojo y Miel del canal nacional que le ganaba en su segunda temporada al canal Católico que transmitía Top Secret.

“Ask me, ask me, ask me”, cantábamos corriendo medios mareados por la Alameda hacia el metro Unión Latinoamericana, para no tullirnos de frío por de los nueve grados que había anunciado esa noche en El Tiempo Bárbara Ackermann. Estai seguro que tu amigo nos dejará pasar si no tenemos entrada y sólo tenimos 16 años, te pregunté inocentemente, a lo que tu respondiste: “Sí, si al loco lo conozco hace un tiempo y ya hablé con él y le dije que iba con un amigo”.

Parecíamos dos gemelos. Vestíamos chaqueta de cuero, jeans rotos gastados, bototos de milicos comprados en el Persa BioBio y la pulsera de cuero en la mano derecha. La única diferencia era que tu llevabas una polera negra con un estampado del Capitán futuro y yo una blanca con rayas negras.

Sin hacer la fila, me di cuenta que éramos los únicos que intentaban entrar gratis. Al llegar a la puerta, preguntaste al guardia por tu amigo. En un cuarto hediondo y oscuro, estaba ahí el viejo negro que parecía ropero de tres cuerpos fumándose un cigarrillo y revisando algunos papeles. “Hola mi nene Capitán futuro”, te dijo con una cara de caliente acariciándote el rostro y sin pensar te besó en la boca por unos largos segundos que a mi me parecieron eternos y asquerosos. “Esto es sólo un adelanto por el día del niño”, te murmuró al oído al mismo tiempo que te agarraba el poto. Sólo pensaba en el sacrificio que hacías para bailar, ver los videos, y escuchar la música de Morrissey totalmente gratis.

Podía sentir desde ese cuartucho fétido y sombrío los gritos de algunos maricas que corrían escalera abajo para ver la videografía del cantante británico y del grupo The Smith en la pista central. “Sabís qué, aquí todos pagan para entrar”, me dijo el viejo frente a frente mirándome fijamente a los ojos, pude sentir su aliento a cigarro barato mientras pensaba lo valiente que fuiste para besar a ese guatón hediondo. Por un momento te admiré.

Desde ese rincón del escritorio de donde tomaste prestado ese lápiz Parker, como me lo dejaste claro al momento que te reproché el robo, me serraste un ojo para darme un poco de tranquilidad y moviste tu cabeza en señal que todo estaba bien. “Que suavecita tení la guatita cabrito”, me susurró al oído mientras su helada y áspera mano recorría toda mi parte delantera. Viste amigo que yo también pagué mi entrada para el especial de Morrissey.

Todo sea por conocer esta disco que tanto se habla en el liceo, te dije mientras me arreglaba la ropa escalera abajo. “Este será nuestro primer secreto, júramelo”, dijiste muy serio, para terminar con una carcajada a la que se unieron las mías y un lo juro mi Capitán futuro. Celebramos esa victoria encendiendo un pito que sacaste del interior del lápiz Parker.

Tosí varias veces al tragar el humo del paraguayo que fumamos, mientras tu aspirabas y aspirabas sin quejarte, siempre supe que eras un zorrito para tus cosas. Esa vez que me contaste lo importante que sería si el Presidente, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, que por esos días andaba en Buenos Aires para dar inicio a las negociaciones para asociarse con el Mercosur, no te entendí nada y pensé que estabas curado y volado tratando de explicarme que sí irías al sur porque allá son muy buenos los aires para el asma que sufrías. Por eso te respondí que era muy importante, sin saber qué me decías, porque me preocupaba más el por qué estaba viendo casi todo doble.

Quedé medio lento con el cigarro artesanal y muy asombrado por la inmensa pista que estaba llena, oscura, todos de negro y con pelos raros. En algunos rincones podía ver algunas parejas besándose y en otros simplemente riendo alrededor de una cerveza.

“Vamos a bailar” me gritaste, llevándome de un brazo a la pista, mientras tocaban de fondo el tema “Ask me” The Smith. Podía ver en esa pantalla medio borroso a Morrissey cantando. Era tanto el fanatismo nuestro y de los que estaban esa noche en la disco que la mayoría vestía igual al cantante británico.

En mitad de la noche y con bastante calor en el cuerpo me preguntaste: “Quieres tomar algo”. Ya no tenía duda de como conseguirías un trago para pasar la sed. Te vi caminar a la barra y reir con ese tipo que podría haber sido tu padre. El trago estaba tan fuerte que no tardó en hacernos ver las cosas dobles y casi, sin darnos cuenta, nos vimos bailando sin parar en los cubos de los extremos de la pista.

La hilera era inmensa para poder entrar al baño, el efecto de la cerveza tomada en tu casa, más el trago, me produjeron los primeros síntomas. Mientras esperaba en la fila, leí en las paredes los afiches de promociones anteriores y la gran fiesta que se venía para el próximo sábado 13 de agosto. “Feliz Cumpleaños Madonna”, anunciaba el afiche. Llegué a la pista con una caña de piscola, mientras tu reías y bailabas con esa pendeja de pelo morado.

Los ventanales de la casona de tu abuela eran de seis metros de alto, que los brazos me dolían de tanto haberlos limpiado, como también me dolía la guata. Comencé con un fuerte mareo, luego con retorcijones de abdomen y unos segundos después me vi arrodillado en la taza de baño que estaba sucia y meada. Expulsé la cerveza, el trago que tu conseguiste y la piscola que yo traje, que por lo demás, me la tomé solo, porque tú bailabas sin pestañar con la mina del pelo morado.

Reclamé que era tu culpa, porque al almuerzo insististe en tomarnos la mitad del vino añejo que tu abuela tenía escondido en la despensa. Te dije que nos podía caer mal al estomago, con la piña colada que nos tomamos escondidos en el baño del liceo a la hora del recreo, todo, para pasar la caña de ayer por la celebración del cumpleaños de la Reina madre. Por tu lado, me reprochabas que el enguindado me cayó mal porque las guindas no se comían ya que ahí está concentrado todo el licor. Al parecer amigo mío tu mamá tenía razón. “Chiquillos no anden tomando, porque son muy chicos y les puede hacer mal al estomago”.

Se acabó la noche y a la salida de la disco tiraste el lápiz Parker porque lo habías pedido prestado. Sólo sé que lo disfrutamos juntos, fuiste mi mejor amigo en la época escolar y las posteriores, lástima que te fuiste a Miami ese verano del ´98 por mejores oportunidades. Pero sabes, hay algo que no te conté, la caña de piscola que traje al regreso del baño, la pagué igual que tú.